Eduardo : Tejedores de historias

Mi nombre es Eduardo Arenas y actualmente vivo en Santa Rosa de Cabal, Risaralda. Nací en una vereda de este departamento en 1975 y desde pequeño aprendí las labores del cultivo de café y plátano. Estudié la primaria en una escuela rural con la metodología Escuela Nueva y, para cursar el bachillerato, debía viajar 40 minutos en transporte todos los días. Desde niño, me ha interesado conocer y recorrer los lugares donde vivo y trabajo. Me involucré en actividades comunitarias, ayudando a vecinos y apoyando a mis compañeros como monitor. El Director de Núcleo de mi colegio notó mi disposición de servicio y me encomendó la distribución de correspondencia entre las escuelas rurales.
Antes de graduarme, el Director de Núcleo me preguntó sobre mis planes futuros. Le dije que deseaba ir a la universidad, pero primero debía trabajar para financiar mis estudios. Fue entonces cuando me presentó a Francisco Alzate, quien lideraba procesos de educación rural en Risaralda mediante la metodología SAT de FUNDAEC. Me recomendó como un joven trabajador, buen estudiante y comprometido con su comunidad. Don Francisco mostró interés en apoyarme y me pidió que lo llamara todos los lunes y viernes para mantenerme informado sobre sus gestiones. Como el único teléfono disponible estaba a 20 minutos de mi casa, bajando una pendiente, adquirí la rutina de llamarlo sin falta mientras continuaba trabajando en el campo con mi padre.
Tiempo después, Don Francisco visitó mi vereda y habló con mi madre, pidiéndole que me enviara a verlo al día siguiente. Así comenzó mi camino como su asistente en el Bachillerato en Bienestar Rural, como se conoce al programa SAT en Risaralda. Un año después, inicié mis estudios en la Licenciatura en Educación Rural en el Centro Universitario de Bienestar Rural. Apoyé la impresión de los textos del SAT en Risaralda y me formé como tutor del programa. Posteriormente, cursé la Especialización en Educación y Desarrollo Social, fui tutor y coordinador del SAT y, más adelante, rector del Centro Educativo Bachillerato en Bienestar Rural de Risaralda.
En 2006, ingresé a la planta docente del departamento. A lo largo de mi carrera, he acumulado 32 años de experiencia como educador: 12 en el Bachillerato Rural y 20 como maestro en propiedad. Actualmente, soy docente unitario en una escuela rural, labor que me llena de satisfacción. Además, desempeño roles en mi comunidad, como tesorero del Acueducto Comunitario, secretario de la Junta de Acción Comunal y presidente de la Junta Administradora de las Jornadas Pedagógicas Autónomas Rurales (JPAR). Disfruto trabajar en el campo porque la escuela es de puertas abiertas, permitiéndome no solo enseñar a los estudiantes, sino también interactuar con sus familias y fortalecer la comunidad.
FUNDAEC me enseñó a ver el campo como sinónimo de vida y a valorar la educación como una herramienta de transformación. Mi padre, con amor, me motivaba a estudiar para que pudiera trabajar en una oficina y no tuviera que laborar en el campo como él. Con el tiempo, comprendí que el campo ofrece oportunidades para una vida plena cuando se trabaja con organización y formación. Aprendí a reconocer la riqueza de la ruralidad y el saber ancestral de las comunidades campesinas.
La educación que recibí en FUNDAEC me permitió entender que el conocimiento es un proceso continuo y que nuestra mayor tarea es servir a la humanidad, promoviendo su bienestar material y espiritual. La unidad, la participación y el aprendizaje colaborativo son fundamentales para construir sociedades más justas y armoniosas. Cada persona posee innumerables talentos y capacidades que solo una educación adecuada puede revelar. Cuanto más conocimiento adquirimos, mayor es nuestra responsabilidad de ser humildes y compartir generosamente nuestras habilidades para contribuir a la transformación tanto del individuo como de la sociedad.
A lo largo de sus 50 años, FUNDAEC ha logrado unir talentos y conocimientos de diversas regiones. Si mantenemos nuestro compromiso con la construcción de una sociedad más equitativa y organizada, su impacto perdurará por muchas décadas. Mi mayor anhelo es que las veredas, las escuelas y las comunidades sean más unidas y consultivas, guiadas por un propósito colectivo genuino. Por ello, sigo trabajando, educando con el ejemplo y promoviendo valores que fortalezcan el tejido social. Aspiro a un mundo donde podamos vivir felices, en armonía con la naturaleza, respetando las diferencias y fomentando la búsqueda de la belleza y la verdad; un mundo en el que se valore la diversidad y se reconozca la unidad dentro de ella.